EXPERIMENTO DE MILGRAM

 

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Mediante un anuncio en un diario local o bien de una carta que ofrecía una modesta compensación económica por colaborar en un experimento sobre memoria y aprendizaje que tendría lugar en la Universidad de Yale, se consiguieron entre 1961 y 1962 más de mil participantes. Entre estas personas había de todo: obreros, oficinistas, maestros, enfermeras, vendedores, etc. Telefónicamente se les daba día y hora. Cuando llegaba el día, la persona acudía al lugar donde se le había citado y allí encontraba a dos personas: una de ellas, supuestamente también había acudido allí para el experimento, un contable de 47 años y de apariencia amable, pero que en realidad era un cómplice del experimentador, y la otra actuaba de experimentador, con bata, de 31 años y apariencia impasible y austera. Se les pagaba lo prometido (4,50$) y, para justificar lo que sucedería a continuación, se les explicaba lo siguiente:

 

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“Los psicólogos han desarrollado muchas teorías para explicar cómo aprende la gente materias distintas. Algunas de las más conocidas se tratan en este libro [al sujeto se le enseñaba un libro sobre aprendizaje]. Una teoría parte de que la gente aprende cuando se le castiga si se equivoca. Una aplicación común de esta teoría tiene lugar cuando los padres pegan a los niños si hacen algo malo. Se supone que el hecho de pegar, una forma de castigo, hará que el niño aprenda a recordar mejor, hará que aprenda más efectivamente. No obstante, de hecho no sabemos mucho acerca de los efectos del castigo sobre el aprendizaje, porque casi no se han realizado estudios verdaderamente científicos sobre el tema en seres humanos.

Por ejemplo, no sabemos qué cantidad de castigo es mejor para el aprendizaje, y tampoco si hay diferencias entre quién da el castigo, si un adulto aprende mejor de una persona más joven o mayor que él mismo, o muchas otras cosas de este tipo. Por esta razón, en este estudio agrupamos a un cierto número de adultos de ocupaciones y edades diferentes y pedimos a algunos que sean maestros y a otros que sean aprendices. Queremos descubrir cuáles son los efectos que tienen algunas personas sobre otras, unas como maestros y otras como aprendices, y también cuál es el efecto del castigo sobre el aprendizaje en esta situación. Por todo esto, les pediré a uno de ustedes que haga de maestro y a otro de aprendiz.”

 

Extraído de S. Milgram (1974). Obedience to Authority. Londres: Pinter Martin, 1997.

 

 

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Más adelante se celebraba un sorteo trucado para asignar los papeles, de manera que el sujeto real siempre hacía de maestro. Entonces se les llevaba a la habitación de al lado y se les decía que había que preparar al aprendiz para que pudiera recibir los castigos; allí se le ataba a una silla y se le ponían unos electrodos en las muñecas. Se explicaba que se le ataba para que no se moviera al recibir las descargas eléctricas y que se le aplicaba pasta de electrodo para evitar quemaduras. Para incrementar la credibilidad de la situación, el aprendiz mostraba preocupación por las descargas, y se le contestaba que, aunque éstas podían ser muy dolorosas, no causaban daños permanentes en los tejidos.

 

A continuación, se llevaba al “maestro” ante un aparato, un supuesto generador de descargas eléctricas, que tenía treinta botones con pilotos de color rojo. Cada botón tenía una etiqueta con el voltaje correspondiente, que iba de 15 a 450 voltios, y aumentaba 15 voltios entre botón y botón. Cada cuatro botones (es decir, cada 60 voltios) una etiqueta especificaba de izquierda a derecha:

 

  • descarga ligera (15V-60V)
  • descarga moderada (75V-120V)
  • descarga fuerte (135V-180V)
  • descarga muy fuerte (195V-240V)
  • descarga intensa (255V-300V)
  • descarga extremadamente intensa (315V-360V)
  • peligro: descarga severa (375V-420V)
  • XXX (435V-450V).

 

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Para hacer más creíble la situación, al aparato se le daba un choque eléctrico de 45 voltios de prueba al maestro pulsando el tercer botón; en realidad, éste era el único botón que funcionaba. Entonces, se le explicaba la tarea que tenía que realizar. Debería leer al aprendiz una serie de palabras emparejadas y preguntarle, de entre cuatro opciones, con qué palabra se debía emparejar primero. Por ejemplo, le tendría que leer: Caja azul, Día bonito, Pato Salvaje, etc.  Después le leería: Día; Gris Bonito Claro Feo. Cada vez que el “aprendiz” se equivocase le tendría que administrar una descarga, comenzando por el de 15 voltios y subiendo un botón, 15 voltios más cada vez que se equivocase, a medida que avanzara el experimento. Antes de administrar la descarga, el “maestro” debería anunciar al “aprendiz” el voltaje que le daría –esto se hacía para asegurarse de que el sujeto era consciente del voltaje que administraba.

 

Si en algún momento el sujeto dudaba o preguntaba si tenía que continuar, el “experimentador” le tenía que responder estas cuatro frases y por este orden a medida que avanzase el experimento:

 

1) Por favor, continúe.

2) El experimento requiere que usted continúe.

3) Es absolutamente necesario que usted continúe.

4) No tiene otra opción, debe continuar.

 

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Si la persona se preocupaba por las heridas que podía ocasionar, se le contestaba lo mismo que se le había dicho antes: que no causaban daños permanentes en los tejidos. Si decía que era el aprendiz el que no quería continuar, se le replicaba: “tanto si al aprendiz le gusta como si no, usted debe continuar hasta que haya aprendido todos los pares de palabras correctamente; por favor, siga”.

 

La primera vez que se realizó el experimento era una condición en la cual el maestro no veía ni escuchaba al aprendiz –las respuestas le llegaban mediante una caja con cuatro luces. Ante la sorpresa general, en esta condición el 100% de sujetos llegó hasta el final, y se administraron descargas de hasta 450 voltios (etiquetadas XXX). Puesto que se pensaba que algo fallaba, se permitió al maestro escuchar las protestas del aprendiz. Éstas se grabaron y eran las siguientes:

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  • Hasta 60 voltios, ninguna queja.
  • 75V-105V: una pequeña queja.
  • 120V: el aprendiz grita que le comienza a doler.
  • 135V: quejido de dolor.
  • 150V-285V: grita diferentes versiones de “experimentador, sáqueme de aquí; ya no quiero continuar más en este experimento. Me niego a continuar”.
  • 180V: grita “no puedo soportar el dolor”.
  • 270V: grito agónico.
  • 300V: el aprendiz dice que se niega a dar más respuestas (en este punto el experimentador le dice al maestro que el silencio se debe considerar un error y que siga adelante).
  • 315V: grito violento y la víctima dice que ya no sigue adelante.
  • 330V hasta 450V: silencio total, ni contesta ni grita.

 

 

Pues bien, en esta condición base un 62,5% de personas llegó hasta el final.

 

La triste sorpresa que comportaron estos resultados provocó que se estudiase la situación con detenimiento. No se sostiene ninguna explicación sobre la base de unas supuestas características de personalidad especiales que tendrían los participantes de este experimento. La muestra era realmente variada, y en todo caso no existe ninguna teoría de la personalidad que indique que más de un 60% de la población tenga características de tipo sádico o criminal.

Diferentes condiciones experimentales y sus resultados

Explicación de Stanley Milgram a estos resultados

Reflexiones

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